Leyenda de la Colodra

Está basada esta bucólica leyenda en un acontecimiento de los tiempos de la mozarabia Moncaina, y es el tierno idilio del pastor de las vacadas sorianas que pastaban en la laguna de Añavieja, con una hermosa zagala, que conducía un hato de merinas a los herbazales de la misma.

El vaquerillo entretenía sus ocios, prendado de la pastora, en pacientes labores practicadas a punta de navaja, sobre duras cuernas de vacuno, decorando alcuzas, trompas de caza y colodras o vasos de esa materia que eran la maravilla de rabadanes, zagales y zagalinas.

Desaparecidas súbitamente las vacas de la laguna, quedó el vaquerillo desamparado, y decidió marchar a Tarazona al servicio de un rico mozárabe. Al partir obsequió a la desconsolada zagala con una artística colodra en la que había esculpido su nombre.
Pasados los años, se hallaba un día regando de madrugada la huerta de su nuevo dueño, con agua del río Selcos y el joven advirtió que un bloque cenagoso obstruía la entrada del agua y al quitarlo halló, con asombro, la colodra que había regalado a su novia.

No dudó un instante el muchacho, pues podía leer muy bien el nombre de su amada dibujado, a navaja, en la colodra, así como los demás rasguños que él había hecho en ella.

La explicación no podía ser otra, que la comunicación subterránea desde la laguna de Añavieja, por debajo del Moncayo, a salir en la ciudad de Tarazona. Alarmados los de Tarazona por esta noticia apresaron al muchacho, sometiéndole a tormento, pero el Wali de la ciudad, al no conseguir declaración razonable del vaquerillo dispuso su muerte en la horca. Y cuentan que la pastorcilla, al saberlo, vino desde Añavieja furiosa y altiva y los maldijo desde lo alto de Vaqueca.

J. Tomás Zueco
publicado en la revista Zar,
Leyendas de Soria, de Florentino Zamora Lucas